Las Sibilas
Las Sibilas eran mujeres con dotes proféticos que a veces caían en un estado de trance para tener, por lo general, malos presentimientos. Como que estas visiones solo se habían de cumplir al cabo de muchos años, algunos sacerdotes empezaron a recopilar las profecías de modo que la posteridad tuviera constancia de ellas.
La idea general que se tenía sobre una Sibila era la de una vidente en misteriosa soledad, que sólo en ocasiones se acercaba a los hombres, y que desaparecía luego entonando la melodías proféticas. En una época posterior se imaginaba a las sibilas como escritoras, siendo Dafne, la hija de Tiresias, enviada como ofrenda a Delfos por los epígonos, “escribió allí toda suerte de cresmos de diverso género”.
*El cresmo es la profecía conservada desde antiguo, sin previa interrogación; el oráculo, lo que se manifiesta en un momento determinado como contestación a una pregunta.
El término de sibila aparece por primera vez en el siglo V a. C. en la obra de Heráclito de Éfeso quien lo utiliza para designar a una sola profetisa. Otros autores también la citan como si de una sola persona se tratase, así Eurípides la cita en el prólogo de su tragedia Lamia, Aristófanes la ridiculiza y Platón la asocia a la pitia de Delfos. No será hasta el siglo IV a. C. cuando se consolidará la creencia en una pluralidad de sibilas que se irán incrementando hasta llegar a diez en la clasificación de Varrón (s. I a. C.). La siguiente clasificación sigue un criterio geográfico dependiendo del lugar donde la sibila ejercía su don profético:
Sibila persa. También es llamada caldea, hebrea o babilónica y su nombre era el de Sabe o Sambethe. Entre sus méritos destacan el haber anunciado los sucesos de la torre de Babel y las victorias de Alejandro Magno.
Sibila libia. A veces llamada también egipcia, fue conocida en Grecia hacia mediados del siglo V a.C.
Sibila délfica. Se presenta como hija de Apolo y según algunos autores sustituyó a la pitia.
Sibila cimérica. Conocida también como itálica residía en las proximidades del lago Averno. Posteriomente fue eclipsada por la sacerdotisa del templo de Apolo en Cumas. Según el poeta Nevio, el más importante de sus consultantes fue Eneas.
Sibila eritrea. Fue una de las sibilas más conocidas y de mayor prestigio del mundo helenístico.
Sibila samia. Se la sitúa en torno a la fundación de Bizancio y recibe el nombre de Femónoe siendo la primera que cantó en hexámetros según Pausanias.
Sibila cumana. Fue la más famosa entre los romanos gracias a la Eneida de Virgilio quien la relaciona con Eneas y los tiempos anteriores a la fundación de Roma.
Sibila helespóntica. Una de las sibilas anteriores a la guerra de Troya y predijo la perdición de la ciudad a causa de Helena.
Sibila frigia. Recibe diversos nombres, como Artemis, Herófile, Saríside o Casandra.
Sibila tiburtina. En origen era una ninfa itálica pero la posterior popularidad de las sibilas hizo que se la asimilase a una de ellas. Su nombre era Aniena o Albúnea.
Los romanos en sus propias tierras no tenían ningún oráculo importante por lo que su sed de profecías la apagaban viajando a Dodona, Delfos o incluso a los santuarios de las costas de Asia Menor. Finalmente asimilaron una de las formas menos importantes de los oráculos griegos, las sentencias de las Sibilas y sus libros marcaron el destino de su Imperio.
Al siglo VI corresponde la famosa compra de los Libros Sibilinos en Roma por el rey Tarquino. Puede ser que en esa época se extendiera desde Grecia un deseo general de poseer cresmos, de suerte que también el rey de Roma tuviera noticias de ello.
Roma administró sensatamente este tesoro y no permitió ningún ordenador que dispusiera de ellos omnímodamente, sino que nombró funcionarios ad hoc, primero dos, luego diez y finalmente quince, con reguladas atribuciones y sólo el Senado podía decidir si había que interrogar los libros y en qué momento.
Pero la Sibila por excelencia fue la adivina de Cumas, en la Campania romana. Su fama se extendió por el Imperio y su cueva se convirtió en un santuario oracular. Según el mito Deífore llevó a Eneas a los infiernos y ofreció un pastel soporífero al perro tricéfalo que guardaba su puerta para poder entrar en el submundo.